La Verdad acerca de "El Codigo Da Vinci"

La teoría de El Código Da Vinci (tanto el libro como la subsiguiente película acerca del mismo tema), ha generado una significativa publicidad en años recientes. Desde luego los medios sensacionalistas, los presentadores de televisión, y los teólogos liberales están promoviendo vigorosamente estas producciones como la “verdad” acerca del cristianismo. Aun algunos ingenuos colegas, quienes ostensiblemente están asociados a la “cristiandad”, están animando a sus amigos y asociados a que lean el libro y vean la película, y a usar la información como una “herramienta” para el evangelismo.

 

¡Como “herramienta”, estas producciones tienen el mismo valor que un alicate de una sola pieza! La mayoría de los “cristianos” nominales no tienen dos centavos de discernimiento como para ser capaces de distinguir entre la verdad bíblica y el error.

 

El autor del libro El Código Da Vinci es Dan Brown, un ex profesor, escritor de canciones y un mediocre novelista. Su libro Da Vinci el cual tiene un lugar en los archivos de ficción de Barnes & Noble, etc., ha hecho de Brown un millonario. Se reporta que para el 2006 el libro de Brown había vendido más de 60.5 millones de copias y había producido más de 60 millones en ingresos.

 

El volumen es una combinación de elementos fraccionales de verdad, una galaxia de errores heréticos y un esquema ambicioso motivado por el amor al dinero para capitalizar a costa del evangelio del Nuevo Testamento. Esta última argucia es tan vil como para encontrarle una representación apropiada.

 

En un excelente artículo titulado “The Da Vinci Code vs. The Facts” [El Código Da Vinci vs Los Hechos], el Dr. Steve Morrison ha hecho un catálogo de los errores atroces que caracterizan esta monstruosidad de literatura (n.d. 4.2). Daré un repaso a estos puntos y daré mis propias observaciones.

 

(1)   Se alega que hasta el Concilio de Nicea (325 d. C.), Cristo había sido considerado un mero profeta humano y no “el Hijo de Dios” (Brown 2004, 233). Cualquier persona con un conocimiento básico del Nuevo Testamento sabe que ésta es una burda mentira. Dios reconoció a Cristo como su Hijo (Mat. 3:17; 17:5), y así lo hicieron los discípulos (Mat. 16:16). Aun aquellos involucrados en su crucifixión se vieron obligados a reconocer que “verdaderamente éste era el Hijo de Dios” (Mat. 27:54), además de aquel vicioso perseguidor, Saulo de Tarso, quien no pudo con la evidencia de la naturaleza divina de Jesús (Hch. 9:20), al punto de que luego recorrió hasta doce mil millas predicando los hechos de Cristo, y murió como mártir por la causa del Salvador.

 

(2)   Se contiende que hay otros evangelios aparte de Mateo, Marcos, Lucas y Juan— hasta ocho más. Y que a éstos se les debe conceder la misma credibilidad que a los documentos del Nuevo Testamento (Ibid., 231). Es cierto que hubo documentos circulando en el segundo siglo y posteriormente a los que se les llamó “evangelios”, por ejemplo, el evangelio de Tomás, el evangelio de Judas, el evangelio de la natividad de María, etc., pero estas obras fantasiosas fueron rechazadas como espurias por los eruditos contemporáneos. El artículo sobre “Evangelios” en la McClintock and Strong’s Cyclopedia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature, demuestra la vasta diferencia entre los registros auténticos y los falsos.

 

(3)   Supuestamente, los libros del Nuevo Testamento no fueron recopilados en un solo volumen hasta el tiempo de Constantino, en el siglo cuarto (Ibid., 231). Lo que realmente importa no es cuándo fueron recopilados en un solo volumen. El punto importante es este: los documentos habían circulado ampliamente desde el segundo siglo. Cada pasaje de todo el Nuevo Testamento (con la excepción de una docena de versículos) se pueden encontrar en los escritos de los padres primitivos— mucho antes de los días de Constantino.

 

(4)   Según le teoría, el cristianismo “original” tenía “deidades” femeninas (Ibid., 237-239). Los escritos del Nuevo Testamento son el testimonio del cristianismo “original”, y no hay un solo indicio así sea remoto de diosas en estas narrativas. Había muchas “diosas” en el mundo greco-romano, y eventualmente muchos cultos casi-cristianos intentaron elevar a María al nivel de una diosa, la “Diosa de los cielos”— un mito que continúa perpetuándose mediante la Iglesia Católica Romana. La teoría es falsa.

 

(5)   El Código Da Vinci no es más que otro de esos burdos esfuerzos por lucrar con la influencia mundial de Jesucristo, sin el honor apropiado que reconoce su verdadera identidad, y conlleva a la sumisión a Él como Señor. El Código Da Vinci es una vulgar y fastidiosa manifestación de avaricia.