EL EVANGELIO Y LA LEY — una meditación

14.03.2023 00:18
«Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.»
(Romanos 1:16-17).
El cristianismo de la época de Pablo reconocía su origen judío y dependía de las Escrituras sagradas del pueblo escogido para darle cuerpo y sentido a sus creencias mesiánicas. Pero ése cristianismo se mostró inapetente por los rasgos distintivos del judaísmo conservador. No les interesaron la circuncisión, ni la observancia del sábado, ni la celebración de sus fiestas, ni sus leyes dietéticas. ( Colosenses 2:11-17).
Bajo el nuevo pacto, la ley de Moisés no fungiría como referente de justicia. Pues esta ley responde a la condición carnal del ser humano; mientras que la ley del Mesías, lo hace únicamente al corazón regenerado por la impartición del Espíritu mediante el rito bautismal. Son dos esquemas distintos; dos orientaciones disímiles.
Bajo el pacto mosaico, el pueblo fue llamado a forjar su identidad a partir de su fidelidad a estatutos y mandatos que debía poner por obras. Pero bajo el nuevo pacto, esa identidad solo podía ser forjada mediante una fe resuelta en el evangelio de la gracia sobre la base de la obra de redención del Mesías en la cruz.
La justicia que Dios esperaba de su pueblo Israel, estaba vinculada a su obediencia de los términos del pacto mosaico. Mientras que la justicia disponible a todos mediante el nuevo pacto, depende de si creemos en el Mesías como nuestro Señor y Salvador, conforme a los testimonios vivencial de quienes compartieron tres años con Jesús, así como del escritural, documento conocido como el Nuevo Testamento.
Entendamos que Dios nunca propuso ni hizo pacto con los gentiles cristianos tomando como base la figura o sombra ritual ni ética del pacto sinaítico. La justicia que Dios esperaba ver en los creyentes en Jesús, era la que Él mismo podía cincelar en sus corazones mediante el poder regenerador de su Espíritu, con la condición de que aceptemos la muerte de su Hijo y el testimonio de su resurrección por la fe bajo los términos del nuevo pacto.
La carta a los Gálatas, que fue escrita antes de la de los Romanos, es todo un testamento en contra de la judaización sistemática que algunos sectores judíos, integrados por creyentes en el mesianismo de Jesús, emprendieron como proyecto de fe. Este intento fue inicialmente contrarrestado por todos los apóstoles en el Concilio de Jerusalén de Hechos 15. Las cartas de Pablo a las iglesias, incluyendo las que escribió posterior a la de Romanos, reflejan la lucha del apóstol contra esta tendencia judaizantes.
La epístola a los Hebreos fue escrita por un creyente judío que procuró, mediante ella, convencer a sus hermanos compatriotas que abrazaron la fe del Maestro de Galilea, de la insolvencia espiritual del pacto mosaico y de la superioridad del nuevo pacto.
Caminar sobre la senda espiritual propuesta por el Mesías, llevados de las manos por las disposiciones prescritas por Dios a Israel a través de Moisés, es espiritualmente contraproducente y retrógrada.
Todas las leyes éticas de la Torá son naturalmente satisfechas por quienes han renacido al amor de Dios por el derramamiento de su Espíritu en su interior, si es que ésta ha sido su experiencia.
En el pacto mosaico existen hitos muy particulares del pueblo de Israel. Esos hitos les fueron dados por Dios bajo promesas que él pretende cumplir en su momento, conforme a las garantías que les aseguró a sus patriarcas. A los creyentes en Jesús no se les dio ninguno de esos hitos. No les pertenecen. No les sirven para nada.
Las sendas antiguas de Israel, no son las sendas antiguas de los creyentes en Jesús.
Los cristianos perseguimos una justicia superior: la del Mesías. Tanto la justicia que Él modeló, como la que recrea en nuestros corazones, superan con creces a la justicia circunscrita al código estatutario escrito conocido como Torá.
En la carta a los Gálatas, Pablo explica que la Torá jugó un rol importante en preparar los ánimos de Israel para la recepción de su Mesías (Gálatas 3:24-25). El apóstol también explica la temporalidad y limitaciones de la Torá (2° Corintios 3:4-11). Y finalmente presenta al Señor encarnado y resucitado, es decir, su evangelio, como muy superior a la Ley (Torá). (Gálatas 2:16, 21, 3:10, 11, 3:13, etc).
LA LEY Y LAS OBRAS DE LA LEY
En el Nuevo Testamento el apóstol Pablo menciona en varias ocasiones la frase "ley" y "las obras de la ley" en el contexto no se refiere a una de ella en particular, sino específicamente a todo el decálogo del Antiguo Testamento.
Por ejemplo:
- Romanos 3:20
«ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.»
- Romanos 3:28:
«Así, concluimos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley.»
- Gálatas 3:10: "Porque todos los que dependen de las obras de la Ley están bajo maldición, porque escrito está: "Maldito todo el que no permanece en todo lo que está escrito en el Libro de la Ley"."
Al decir, "las obras de la ley" en estos textos Pablo cita específicamente el decálogo del Antiguo Testamento (Deuteronomio 27:1-26, léase toda la cita).
Los judaizantes de hoy en día no van a estar de acuerdo con esto. Ellos argumentan que la frase "las obras de la ley" se refiere no a la ley de Moisés, la Torá, sino solamente a las tradiciones de los ancianos, otro dicen que se refiere a las enseñanzas rabínicas de siglos posteriores, otros por ejemplo dicen que se refiere a una ley llamada por ellos "ley ceremonial" o "leyes sacerdotales" nada más, pero el contexto desmiente tal conclusión.
Se debe entender que el Nuevo Testamento no hace distinción alguna sobre una ley denominada "ley moral" o "ley ceremonial" o "sacerdotal", esa asignaciones son de la imaginación de los hombres.
En el contexto cuando se habla de "las obras de la ley" no tiene nada que ver con las leyes sacerdotales o tradiciones de los ancianos ni mucho menos de las enseñanzas rabínicas, sino que el autor cita textualmente la Torá de Moisés.
Por ejemplo:
- Romanos 3:20: «Porque por las obras de la Ley ninguno será justificado ante él; porque por la Ley se alcanza el conocimiento del pecado.»
Es paralelo con hechos 13:39: «Y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo el que cree.»
- Romanos 7:4:
«Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley...».
¿Muertos a cuál ley? A la ley que tenía el mandamiento de no codiciar (versículo 7); es decir, a la ley
de los Diez Mandamientos. El versículo 6 dice, «Pero ahora estamos libres de la ley...»
- Romanos 7:7, «...porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás». Esto se halla en Exodo 20:17. Por eso, Exodo es parte de la ley.
Las obras de la ley:
¿Cuáles obras?
Obviamente se refiere a lo que la ley demandaba bajo el Antiguo Testamento.
La preposición "de" indica posesión o pertenencia. Ejemplo: La casa de mi padre. La paciencia de Job.
Las obras de la ley: lo que pertenece a la ley.
¿Cuál ley? Pues la ley de Moisés, la Torá. No se refiere a lo que decían los ancianos ni a las enseñanzas rabínicas. Porque en el contexto Pablo viene citando especificamente la Torá.
¿Leyes de los ancianos, leyes rabínicas, ley ceremoniales? ¿Adónde? ¿Por qué insistir en algo que es obvio?
Obviamente se refiere a toda la ley del antiguo pacto. Nada que ver con leyes ceremoniales ni enseñanzas rabínicas o de los ancianos que algunos postulan. Pablo cita textualmente el antiguo pacto, la Torá al referirse a la ley y obras de la ley en éste contexto.
En resumen, el imperio de la Ley tiene por súbditos a aquellos que viven en la carne; mientras que el imperio del Espíritu, solo a aquellos que han sido renovados en su interior por el poder que levantará a los muertos de sus tumbas en el día final.
¡Ruega a Dios por imparcialidad, sinceridad de corazón y luz espiritual! Solo Él puede romper los grillos que atan el corazón del creyente a normas y prácticas que momifican al espíritu.
Quienes emplean la Ley para "evangelizar”, si bien sus corazones rebosen sinceridad, ensalman las almas de modo tal que no pueden escapar de la esclavitud de la cual el evangelio libera a algunos y previene a otros.