¿Cómo puede el cristiano tener confianza alguna?                                                      

INTRODUCCIÓN:

Una de nuestras enseñanzas es que un cristiano puede caer de la gracia. Muchos enseñan que es imposible que un cristiano recaiga. Una iglesia local, la cual forma parte de una popular secta, incluyó en su lista de creencias, la siguiente declaración: “Creemos… en la eterna seguridad del creyente; que es imposible que uno que haya nacido dentro de la familia de Dios llegue, alguna vez, a perderse”. Las personas que creen en la imposibilidad de la apostasía son las más inclinadas a preguntar: “Si usted cree que alguien, que ha nacido de nuevo, puede perder su hogar en el cielo, ¿cómo puede uno tener confianza alguna de salvación?”.

De hecho, la posibilidad de recaer puede causar que nosotros nos preguntemos, acerca de la forma como podemos estar seguros de que somos salvos. Un himno que cantamos habla de “Bendita confianza”, pero pueden ser más las dudas que la confianza que tengamos. Puede ser que nos preguntemos: “¿Podrá Dios perdonar los pecados que he cometido?”; “¿Me estoy esforzando lo suficiente como para ser salvo?” “Si muriera hoy mismo, ¿habré de ir al cielo?”. Si se nos preguntara acerca de si creemos que vamos a ir al cielo, lo más probable es que digamos: “Espero que sí”. Nuestro discurso puede no reflejar confianza real alguna.

Si creemos que la apostasía es posible, ¿Cómo podremos superar tales sentimientos? ¿Cómo podremos tener confianza?

 

LOS CRISTIANOS PUEDEN, DE HECHO, CAER DE LA GRACIA

Los cristianos pueden, de hecho, caer de la gracia. ¿Por qué lo decimos? Porque la Biblia lo afirma.

El caer de la gracia es una posibilidad. A los cristianos se les advierte que pueden caer de la gracia: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10.12). Incluso Pablo dijo que él podía caer (1 Corintios 9.27).

El caer de la gracia es un peligro real y serio: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento,…” (Hebreos 6.4– 6). Estas personas habían sido salvas antes de que cayeran, pues, para mencionar sólo dos de las características, ellas habían sido iluminadas y habían sido partícipes del Espíritu Santo —y eso era algo que sólo se podía haber dicho de los que son, o eran cristianos.

El caer de la gracia es algo que ya ha sucedido. Esto es lo que Gálatas 5.4 dice: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído”. Esto refleja, no sólo una posibilidad, sino una realidad. ¡Era algo que les había sucedido a algunos!

El caer de la gracia lleva a la destrucción. Esto es lo que Santiago dice: “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma,…” (Santiago 5.19–20). Santiago estaba escribiéndoles a unos cristianos (les dice: “hermanos”); decía que los cristianos podían pecar (extraviarse de la verdad); podían ser convertidos o cambiados. Si eso ocurría, entonces, uno estaría salvando de muerte a aquel que hubiese pecado de muerte. Por lo tanto, su pecado era tal, que le habría condenado a muerte.

Los cristianos están expuestos a pecar, a recaer, a pecar de tal manera, que pueden perderse por toda la eternidad. La apostasía es una posibilidad real.

 

LOS CRISTIANOS PUEDEN TENER CONFIANZA

 

I- Podemos tener confianza, en primer lugar, porque podemos estar seguros de que hemos sido salvados.

El camino que lleva a la salvación que es conforme al Nuevo Testamento, es llano. Somos salvos por gracia (Efesios 2.8–9), a través de la sangre de Cristo (Efesios 1.7). Para ser salvos, debemos creer que Jesús es el Hijo de Dios, que es nuestro Señor; y debemos estar dispuestos a confesar nuestra fe en él (Romanos 10.9–10). También debemos arrepentirnos, o sea, debemos volvernos de andar en nuestros pecados (Lucas 13.3; Hechos 17.30). Y luego, debemos ser bautizados para ser salvos (Hechos 2.38; 22.16).

 

Una vez que se haya hecho eso, podemos tener confianza de que hemos sido salvados. El bautismo, seguido de la fe y el arrepentimiento, resulta en la remisión de los pecados (Hechos 2.38)…en que los pecados sean lavados (Hechos 22.16)…en el ser salvos (1 Pedro 3.21)…en el estar en Cristo y en el ser revestidos de él (Gálatas 3.27).

 

Cuando los escritores del Nuevo Testamento se dirigieron a los cristianos, jamás mostraron la más mínima duda acerca del hecho, de que las personas a las cuales se dirigían, habían sido salvadas. Esto fue lo que Pablo les dijo a los gálatas: “… pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3.26–27). A los colosenses, esto fue lo que les escribió: “… el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1.13–14). Pedro dijo que las personas a las cuales él les escribió habían renacido (1 Pedro 1.3), y esto fue lo que añadió más adelante: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1.22–23). Esto fue lo que Juan escribió: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3.1).

 

Si los cristianos neo-testamentarios tenían tal nivel de confianza, de que ellos habían sido Salvados, entonces, nosotros también deberíamos tener la misma confianza. Si hemos obedecido el evangelio —si hemos creído, nos hemos arrepentido, hemos confesado nuestra fe, y hemos sido sumergidos para la remisión de los pecados, podemos tener confianza, sin ninguna duda, ¡de que somos salvos! Podemos decir: He sido salvo. He nacido de nuevo. He llegado a ser un hijo de Dios. He llegado a ser un miembro de la iglesia y un ciudadano del reino de Dios.

 

Al poder señalar un evento en particular, en el cual hicimos algo por obediencia, verdaderamente tenemos una ventaja sobre aquellos que creen que los hombres son salvos por la “fe solamente”. Muchos tienen la idea de que una persona es salva, cuando acepta a Cristo, o cuando “invita a Cristo a entrar a su corazón”. Pero la única evidencia que ellos tienen de que una vez fueron salvados, es el recuerdo, si es que pueden recordarlo, del momento cuando “aceptaron a Cristo”. Así, es más fácil que alguien, más adelante —por ejemplo cuando peca— entonces dude de que alguna vez fuera salvo.

 

Pero nosotros no tenemos que depender de nuestra flaca memoria, para estar seguros de que verdaderamente hemos “aceptado a Cristo en nuestros corazones”; simplemente podemos recordar que en cierto día de nuestras vidas fuimos bautizados en Cristo y que fuimos salvados. Por lo tanto, la enseñanza neo-testamentaria, en el sentido de que somos salvados cuando obedecemos el evangelio, provee más confianza que el punto de vista no bíblico, de que uno es salvado cuando “acepta a Cristo”, o cuando “invita a Cristo a entrar a su corazón”.

 

II- Podemos tener confianza, en segundo lugar, porque podemos estar seguros de que estamos siendo salvados. Debemos reconocer que, dado que creemos que un cristiano puede caer de la gracia, el estar absolutamente seguros de que fuimos salvados en algún momento dado, en el pasado, ello por sí sólo no nos provee la clase de confianza que necesitamos.

Después de todo, pudimos haber sido salvados en algún momento dado en el pasado, y a pesar de ello, estar perdidos hoy. ¿Cómo podemos estar seguros de que somos salvos en este momento? Podemos tener confianza hoy día, por dos razones al menos.

 

III- Podemos tener confianza por lo que Dios ha hecho para guardarnos en fidelidad. Dios no quiere que le volvamos la espalda. Por lo tanto, él nos provee con todo lo necesario para continuar siendo fieles. Él les ha dado a sus hijos:

Un padre amoroso. “Mirad, cuál amor nos hadado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios;…” (1 Juan 3.1).

Un abogado para rogar por nuestra causa. “… y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.1). Cristo es nuestro mediador ante el Padre (1 Timoteo 2.5).

Un santo huésped. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4.6; cf. Hechos 2.38; 5.32). El Espíritu Santo nos es dado para que more en nosotros, y esto constituye una prenda que garantiza nuestra herencia (Efesios 1.13–14), con el fin de fortalecernos (Efesios 3.16) y de capacitarnos para producir el fruto del Espíritu (Gálatas 5.22–23).

 

Una comunión alentadora. Dios nos ha añadido a la iglesia (Hechos 2.47), la cual es una comunión de creyentes que existe, por lo menos en parte, para ayudar a los miembros de la misma a permanecer fieles. En la iglesia nosotros nos consideramos “unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras”, por medio del no dejar “de congregarnos”, y de exhortarnos unos a otros (Hebreos 10.24–25).

 

Un mensaje útil. La Biblia contiene “la palabra de la gracia [de Dios], que tiene poder para [sobreedificarnos y darnos] herencia con todos los santificados” (Hechos 20.32). Ella nos provee instrucciones claras, un maravilloso ejemplo en

Jesús, y una poderosa motivación para vivir justamente.


Siervos celestiales. Los ángeles son “espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación” (Hebreos 1.14). ¡Esto se refiere a nosotros! Los ángeles están para servir a favor nuestro.

 

El privilegio de la oración. Esto es lo que Jesús nos dice: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7.7; cf. 1 Juan 5.15). ¡Los cristianos tienen la promesa de que sus oraciones son respondidas!

 

Preciosas promesas. Dios nos ha dado promesas para animarnos a permanecer fieles —entre éstas están: la promesa de que todas las cosas les ayudan a bien a los cristianos (Romanos 8.28), la promesa de que Dios no nos dejará ser tentados más allá de lo que podamos resistir (1 Corintios 10.13), y la promesa de que no hay nada en el mundo, que nos pueda separar del amor de Dios (Romanos 8.35–39).

 

IV- Podemos tener confianza porque, cuando nos comportamos por debajo del nivel que Dios espera, él ha hecho previsiones para perdonarnos.

El que nuestra salvación continúe depende, en cierto sentido, de nosotros. Tenemos que poner nuestro mejor empeño en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero, ¿significa esto que estamos abandonados a nuestra propia suerte como cristianos que somos? No. El Señor provee para nosotros la clase de ayuda que necesitamos para ser celosos, diligentes y fieles.

Pero, la confianza de nuestra salvación no se basa solamente en lo que Dios ha provisto para ayudarnos a ser fieles, también se basa en el hecho de que Dios ha provisto para el perdón que necesitamos, cuando nos desempeñamos por debajo del cumplimiento de su voluntad. Específicamente, tenemos la promesa de que la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado: “… pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). Podemos tener confianza de nuestra salvación actual, no porque estemos viviendo en la total ausencia de pecado, sino porque ¡la sangre de Jesús está continuamente limpiándonos de pecado!

 

Es bueno que no tengamos que depender de una condición de ausencia de pecado de parte nuestra, ni del obedecer perfectamente la ley de Dios, ni de nuestra propia justicia. Si así fuere, ninguno de nosotros sería salvo, pues ¡no hay nadie que viva que no peque! No podemos apoyarnos en nosotros mismos. Necesitamos apoyarnos en la gracia de Dios para obtener perdón. Pero, gracias sean dadas a Dios, que esa gracia está disponible para nosotros. Estamos siendo constantemente salvados por la gracia de Dios, y la sangre de Jesús, mientras continuamos andando en la luz.

¿Qué significa todo esto? ¡Significa que podemos saber que somos salvos en este momento, aquí mismo! La idea de que usted jamás podrá decir que usted es salvo, no proviene del Nuevo Testamento. Esto fue lo que Juan escribió: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5.13). Es obvio que esta promesa no es incondicional, pero también es igualmente obvio que, según Juan, nosotros podemos saber que tenemos vida eterna. Si alguien le pregunta: “¿Es usted salvo?”, y si usted está haciendo lo mejor que puede para vivir fielmente, usted puede responder: “¡Absolutamente! ¡Yo sé que soy salvo!”.

 

V- Podemos tener confianza porque podemos estar seguros de que seremos salvados. Aún sabiendo que somos salvos hoy, podemos tener dudas acerca de si lo seremos por toda la eternidad. Puede que nos rehusemos a decir: “Cuando muera, seré salvo”, o a decir: “Voy para el cielo. ¡No me cabe duda de eso!”. Pablo no tenía ninguna duda acerca de su salvación eterna. Cuando llegó al final de su vida, esto fue lo que dijo con gran confianza:

Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4.6–8).

Note que Pablo no dijo que él era el único que podía tener confianza; dijo que todos “los que aman su venida” pueden tener la misma confianza de salvación eterna.

 

Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que vamos para el cielo? ¿Tendremos que vivir vidas con total ausencia de pecado para poder tener confianza de que tenemos la vida eterna? Si eso es lo que esperamos, entonces, ¿cómo podremos tener confianza alguna, dado que todos pecamos? La única manera de poder estar seguros, de que vamos para el cielo, es por medio de la gracia de Dios. Por ejemplo, Pablo habló acerca de un buen hombre, llamado Onesíforo, cuando dijo: “Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó,… Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día…” (2 Timoteo 1.16, 18). A pesar de lo bueno que Onesíforo era, él todavía iba a tener necesidad de la misericordia en el día del Señor. Así también, nosotros vamos a tener esa necesidad. Las buenas nuevas son que, así como hubo misericordia para

Onesíforo, ¡también la habrá para nosotros en ese día! Después de que hayamos hecho todo lo que podamos por Cristo, todavía seremos siervos inútiles. Todavía estaremos por debajo de la marca, pero ¡la misericordia de Dios suplirá lo que haga falta!

 

CONCLUSIÓN

¿Podremos cantar “Bendita confianza” y en verdad tener confianza, aun cuando creemos que un cristiano puede caer de la gracia? ¡Sí podemos, y la razón está en que podemos estar seguros de que fuimos salvados en el pasado, lo estamos siendo cada día y lo seremos, cuando estemos en el cielo para toda la eternidad!

Eso, por supuesto, no significa que podemos descuidar nuestra salvación. Todavía debemos andar en la luz (1 Juan 1.7), poner diligencia en hacer firme nuestra vocación y elección (2 Pedro

1.10), y poner nuestro mejor empeño en permanecer fieles hasta la muerte (Apocalipsis 2.10). El cristiano que se ha vuelto hacia el mundo o que es tibio, no puede tener confianza alguna que provenga de las Escrituras que hemos considerado.

 

Pero si usted está poniendo su mejor empeño, habrá entonces gran confianza de que usted es un hijo de Dios.

Permítame ilustrarles esto de esta manera: Cuando yo era niño, jamás me preocupé mientras mi padre estuviera cerca. Él tenía poco menos de 1.80 m de estatura y pesaba unos 60 Kg; pero, en lo que a mí concernía, él podía encargarse de cualquier cosa, problema o peligro. Además, yo sabía que él me amaba y que haría lo que era mejor para mí. Así, mientras yo estuviera con mi padre, no tenía nada de qué preocuparme; más bien, lo que tenía era un maravilloso sentimiento de confianza. Aún cuando crecía, todavía veía a mi padre como una torre de fortaleza, de la cual siempre podía depender. Todo lo demás podía cambiar, pero su presencia, sus valores, y su amor eran constantes en mi vida. Eso me daba la confianza. Por supuesto que su amor y su cuidado incluían la disciplina. Pero yo sabía que había perdón para todos mis errores. En esto, también, había confianza. Yo conocía, por instinto, que si yo me descarriaba demasiado del camino correcto, mi padre no dejaría de amarme; pero eso sí, perdería mis derechos como hijo. Yo ni siquiera me acerqué a hacer algo así, debido, en gran medida, a todo lo bueno que él me había dado.

 

Si el tener un buen padre puede hacer eso por un hijo, cuánto más el tener a Dios como nuestro

Padre, nos dará confianza (Mateo 7.9–11). Podemos creer que nuestro Dios, así como mi padre, pero en magnitud infinitamente mayor, desea nuestro bienestar en su corazón, que él se preocupa por nosotros, que él es poderoso, lo suficiente, como para encargarse de cualquier problema, y que en todas las circunstancias cambiantes de la vida, él es el que no cambia. ¿No es esto una fuente de maravillosa confianza?

Aunque le desagrademos cuando hacemos lo malo, él estará dispuesto a perdonarnos. Si nos descarriamos demasiado y llegamos a rechazar sus directrices totalmente, él no dejará de amarnos, pero nos privará de los beneficios de ser hijos. ¡Sí, Dios es nuestro Padre; nosotros somos su familia! ¡Eso es confianza!

Si usted no es cristiano, podrá tener confianza también, si se convierte en un hijo de Dios, por medio de la fe y la obediencia (Gálatas 3.26–27).